Se escapa el aliento de mi boca
como grito enfurecido por el tiempo
de dolor desgarrado de mi pecho
que te mira, te ama, te toca.
Han fraguado sus arrugas
mis pensamientos en la noche,
entornando los ojos como
si de un sueño eterno se tratase.
Te he tocado con mis manos de niña
y en tus heridas sólo he puesto sal,
salitre de mi alma corrompida
que sufre al verte desolada.
Tu sed se apaga en mis manos,
en las cuencas de mis ojos marchitos,
tristes por ti para siempre,
mientras poco a poco te pierdo.
Lo intento, te tiendo mis dedos sutiles
como queriendo amarrarte del meñique
pero resbalas incansablemente
perdiéndote en mi mente soñolienta.
Qué puedo hacer si tus ojos
son puros océanos de lluvia gris,
si al sacudirte se vacían
frente a mis costas rocosas.
Qué puedo hacer si tras tus pasos
sólo la muerte adorna el sendero,
si te apagas al tenerme cerca
si sólo soy para ti una grácil
plaga humana que te acecha.
Tu fin poco a poco se acerca,
gracias a mí, sólo el dolor,
la fatiga y el cansancio
te acompañan en el camino.
Tus bocas de fuego piden clemencia
pero sigo poniendo sal
en las heridas de tu pecho
esperando a que brote toda tu esencia.
Ya ni lloras por el frío,
ni el calor ya te aterra,
tus grandes pulmones se hunden
mientras tu aliento desgastado
se escucha cada vez más vacío,
más pequeño, más lejano.
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