Me vestí con tu abrazo,
y al abrigo cálido
de esas manos flexibles,
me mecí como un junco,
acariciado por el viento.
En mis idas y venidas,
embriagada por la risa,
sentí la alegría del sol
de tus ardientes miradas.
Colmada de la paz blanca,
del silencio creciente y continuo,
de la seguridad del ahora
susurrado en murmullos de agua...
me fui quedando dormida
al ocaso del día.
Al abrigo de tu abrazo,
llegó el mejor momento del día.
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